El cerebro tiene a su cargo funciones motoras y linguísticas, pero también funciones que son cognitivas y emocionales. No vemos con los ojos ni oímos con los oídos, sino que asociamos nuestro pensamiento con los sentidos para darle significado. A partir de los estímulos de visión, tacto, etc., todas las personas realizamos una interpretación de los estímulos para darle un sentido a las cosas, dando lugar así a la percepción.
2. Qué sabemos de lo que los niños perciben, sienten y piensan?
Se sabe muchísimo. El niño nace con un cerebro mucho más formado de lo que creemos y se va desarrollando con rapidez en los primeros años. Al nacer estamos preparados para detectar emociones; todos los niños pueden sentir miedo, tristeza y otras emociones. El cerebro del niño es muy parecido al del adulto, pero las funciones cerebrales se encajan a partir de las interacciones que tiene el niño con el ambiente y con los demás. De hecho, el cerebro de un niño tiene casi el 80% del tamaño del de un adulto; es decir, cuenta con casi todas las neuronas que va a tener el resto de su vida.
- Pero el cerebro del niño es más maleable y adaptable, con una capacidad de aprendizaje que nunca más va a tener en la vida.
3. Relacionado a este último punto, sabemos, por la neurociencia, que las palabras que usamos más son más fáciles de encontrar en nuestro entorno. ¿Cómo influye esto en el desarrollo del lenguaje de los niños?
La experiencia y el contacto con lo que estamos aprendiendo es lo que fortalece el desarrollo de una habilidad particular. La exposición continua a un estímulo lingüístico, a palabras y a un lenguaje determinado, puede hacer que ciertas palabras se “graben” más en el cerebro, y que esa memoria y capacidad se sostenga durante la adultez.
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